Algo pasa que no me siento bien. No me
gusta la gente que esta al lado mío, y no tengo muy claro lo que esta pasando.
Todo empezó como un sentimiento, una cosa
extraña. Me desperté un día y no me sentía tan bien. Fui a la nevera, me serví
una de esas tostadas que ya vienen listas y observe desde la ventana. La vista
desde Los Nísperos siempre me ha parecido muy hermosa. De repente comienzo a pensar
en proteínas, pero luego me digo que mejor no. Me veo en el espejo y me doy
cuenta que ya estoy dejando de verme delgado. No quiero parecer una musculoca,
solo verme definido. Termino de desayunar y en la recepción del edificio esta
el vigilante.
—Buenos días señor —me saluda.
—Buenos días Pedro —le respondo aunque en
realidad pienso que no tienen nada de buenos.
Enciendo mi Corsa, y pienso en hablar con
mi jefe. No puede ser que yo tenga un solo día libre en ese desgraciado
gimnasio. Tal vez debería dejar de trabajar ahí, después de todo ya no lo
necesito tanto como antes, aunque quien sabe, un ingreso fijo nunca esta de
más.
Tenía además como dos semanas sin ver a
Gerardo, estaba “ocupado” con un problema de un supuesto amigo, que si otro
desapareció y que sé yo. A veces inventaba cosas tan ridículas que incluso
comencé de dudar de su amistad conmigo. Por otro lado, ya estaba viviendo con
un tipo realmente poderoso, era el Director Gerente de algún grupo de compañías
que la verdad ni idea, solo lo sabía porque vi una foto tomada por él en el
periódico y luego me lo comento brevemente por teléfono. En esa misma llamada
le dije que tenía un nuevo novio que se llamaba Santiago, y luego de enviarle
una foto por BlackBerry Messenger me ignoro completamente. “Fuck con él”, pensé. Ya no lo necesitaba
de todos modos, yo mismo podía relacionarme con la gente si necesitaba algo, so…
Para completar, ahora solo me llamaba cuando estaba borracho a decirme estupideces
filosóficas, que si la vida, que si que estamos haciendo, de pana que no
entendía tampoco que estaba pasando con él.
Me aburría en la cola.
Me aburría en el trabajo.
No veía la hora de salir, no sabía que
estaba mal conmigo.
Decidí salir solo, como en los viejos
tiempos.
Un día de rumba cualquiera. Discoteca. Un
culito para la casa. Fuck. Tengo el
apartamento vuelto un desastre, pero no importa porque ese tipo se ira temprano
y seguro que no lo vuelvo a ver. Pero luego me despierto y me doy cuenta que me
esta abrazando. No es un abrazo rudo o de posesión. Es algo más. Hay cariño en
el abrazo. Normalmente yo diría que esta demasiado arraigado, I mean, lo conocí apenas anoche, pero
luego veo su cara: no es tan bonito, pero si delicado. No pensé que diría esto,
pero me gusta.
Al despertarse me dice “Buenos días”. Normal, sin arraigo.
Comienza a vestirse, no dice nada. Se mete al baño, no dice nada. Cuando parece
que ya va marcharse, sin decir nada, el que habla soy yo:
—Hoy es sábado ¿Por qué no te quedas para
desayunar?
—Esta bien —responde simplemente.
Mientras hago unas panquecas, que
básicamente es lo único que se preparar sin quemarme o quemarlas, le observo
con atención. Esta ahí, tranquilazo,
sin decir nada, solo me mira de vez en cuando y chequea su teléfono. No parece
apurado, pero tampoco tan interesado.
Yo siempre creí que el día que invitara a
alguien a desayunar esa persona no podría disimular su felicidad, pero este
tipo me confunde.
—¿Pasa algo? —Le pregunto.
—Nada —se sonríe.
—No has dicho nada en toda la mañana —le
digo mientras le coloco sus panquecas en un plato y me volteo hacia la nevera
para sacar la… Fuck. No tengo
mermelada.
—Es que es raro.
—¿Qué es raro? —digo desde la nevera. Fuck. No encuentro nada para echarle a
la estúpida panqueca.
—Esto, pensé que sería algo de una noche
y ya.
Dejo de pensar en la mermelada que
finalmente conseguí en un compartimento que no sabia que tenia ¿Qué me esta
diciendo este pajuo? Eso que esta
haciendo ahorita es mi papel, no el suyo ¿Qué se ha creído?
—Bueno si quieres que sea así —Le digo y
el sonido del vacío roto, salido frasco nuevo de la mermelada es lo único que
queda en la habitación por unos segundos.
—No me mal interpretes, es que…
—balbucea, y luego comienza a mordisquear la panqueca.
Estoy comenzando a arrecharme.
—¿Qué qué? —Le pregunto exagerando el
hastío.
—Te lo diré. Lo que pasa es que eres muy
guapo. Demasiado guapo. Cuando quisiste estar conmigo anoche pensé que tenia
mucha suerte, no te lo voy negar —él estaba rojo de la pena, y por como veía
hacia el plato creo que lo sabia—, pero es que… Tu ya tienes una reputación.
—¿Una reputación? No entiendo un carajo.
—Todo el mundo sabe que salir contigo es
una vaina de una noche. Mas nada.
Cuando Santiago (así se llama), se marcho
me quede pensando mucho. Fuck. Odio
cuando me pongo profundo. Pero en serio comencé a pensar si sería verdad ¿Había
salido ya tanto y con tantos que mi reputación hablaba por mí? ¿Qué pasaría el
día que quisiera tener algo serio con un carajo?
En la tarde cuando regreso del gimnasio
decido llamar a Santiago.
—Te quiero ver esta noche de nuevo.
Esta vez no esta tranquilo. Puedo
escuchar la respiración agitada que produce su risa.
—Seguro.
Entonces ahora estamos Le Top, y hay mucha gente y tipos escandalosos como
siempre, pero Santi y yo no sentamos en una de las mesas mas alejadas y
conversamos divino. Me doy cuenta que me gusta y partir de hoy creo que soy
otro. La sensación extraña desaparece, un poco.
Y así pasa un tiempo, semanas, no sé.
Un día cualquiera después de esas semanas
que pasaron se me echa a perder el carrito. Tengo las tarjetas de crédito en
rojo, y coño lo que tengo en el banco es básicamente el pasaje. Fuck.
Le cuento el problema a Santiago y no me
dice nada salvo algo que ya sé:
—Que problema. Bueno podemos ir a lo de
hoy en taxi.
Y luego estoy en una estúpida reunión con
los amigos de Santiago. Por primera vez en todas esas semanas que llevamos
saliendo, es que comienzo a conocer a sus amigos. La reunión es en una casa
normal, casi creo que estoy en el pueblo y se siente bien. De repente me
levanto por un poco de fruit punch y
se me acerca un idiota:
—Yo te he visto en otro lado.
—¿Si? —le pregunto. Pero en verdad no me
interesa saber.
—En serio, pero no recuerdo de donde.
—Tal vez del gimnasio. Trabajo en un
gimnasio —y hago un gesto como que la conversación se termino porque me estoy
retirando.
—Yo creo que es de la discoteca ¿Tu no
eres…?
Dice mi nombre. Fuck. Otro más que viene con el cuentico de mi reputación.
—Si. Soy yo.
Pero no me sale con ningún cuentito de
esos. En vez de eso se muestra muy pana y cuando ya llevamos tiempo conversando
me dice:
—Mi papa tiene una cristalería, y estar
cargando esos vidrios es lo que me tiene los brazos así, en realidad yo no hago
mucho ejercicio.
¿En una cristalería?
—¿En donde queda la cristalería?
—En Los Guayos.
Me tiene que estar jodiendo. Comienzo a
sentir rabia. De repente comienzo a preguntarle a todos que hacen sus papás y
de que viven ellos.
No encontré a ninguno cuyos padres fueran
doctores, ingenieros o herederos de algo. Todos eran de una clase trabajadora
muy baja, como si vivieran en mi pueblo, solo que peor.
—Yo trabajo en Mc Donalds —dice Santiago.
De repente siento que volví a Tinaquillo,
pero montaron un Mc Donalds ahí y creo que todo va mal. No me gusta esta gente.
No me gusta mi carro malo. No quiero nada. La sensación extraña vuelve, pero
más intensa.
Extra
—¿Sabes donde está?
—Claro que si, no puedo esperar a ver
como reaccionaras cuando lo veas.
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