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Linealidad

500-dias-con-ella1 Excelente ejemplo de una historia no lineal

Actualmente estoy “trabajando” (no voy a explicar las comillas) en 2 proyectos. El primero de ellos de trata de una serie de historias interconectadas entre sí por personajes, escenarios y momentos en común. Es como una serie de cuentos, que aunque pueden ser leídos individualmente, adquieren un valor especial si el lector presta atención y comprende la relación que hay entre ellos y como a su vez el conjunto en su totalidad puede ser leído como si de una novela se tratase. La idea me surgió por casualidad, ya que siempre al escribir estos “pequeños” cuentos, me centraba en un mismo escenario y luego todos estos personajes venían a mi mente, como si los mismos vivieran ahí desde hacía muchísimo tiempo. A veces pensaba que no podía usar el mismo personaje en dos historias distintas, pero luego entendí que tal vez aquella posibilidad era lo que hacía excelente la obra. Algunos de los títulos son: “De la fundación del pueblo”, “Las profesiones más antiguas” (que pronto publicare aquí), y otro que no se si perdí para siempre, pero que espero poder recuperar o reescribir como en su versión original “Un muerto en la iglesia”. Actualmente uno de los cuentos realicé para el taller de escritura creativa “Circunstancias que obligan a ser iguales”, se añadió a la obra. Quede gratamente sorprendido por el mismo, ya que lo escribí en tan sólo una noche y parte de la mañana (y luego pase todo el día editándolo en físico mientras hacía diligencias con mi mamá) y recibió comentarios muy positivos por parte del instructor del taller, por lo que pienso que la idea no va mal encaminada. Al final lo veo como tomar una novela, desordenarla un poco, y desarrollar los incisos interesantes que a veces quedan sueltos por falta de tiempo.

Algunos se preguntaran qué sentido tiene escribir un compilación de cuentos cuando lo que manda en estos días de nuevo son las historias lineales y fantásticas (como dicen Literatura Postmoderna, post boom o como sea), pero es que de verdad, no me interesan las historias lineales. No me interesa una historia donde yo como escritor soy el que llevo de la mano al lector, mostrándole la cronología de los hechos. A veces cuando le contamos algo a nuestros amigos, siempre vamos con un “luego paso esto”, “después me dijo aquello” y en determinado momento recordamos un hecho importante y decimos “Pero para entender todo tienes que saber lo que paso ayer” y de repente la historia se enriquece aún más. Ese tipo de ideas son las que busco explotar como escritor ¿Qué opinan? ¿Lineal o no lineal?

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Sólo un amor

Él sol matutino era el mismo de siempre. La ligera brisa que entraba por la ventana traía consigo el monótono aroma de todos los días. El desayuno sabía igual. Por alguna razón la vida de Jonás transcurría sin sobresaltos día tras día. Ni siquiera cuando se inscribió en la universidad, actividad que en un principio pensó le añadiría un carácter más interesante a su existencia, la cosa cambio.
Se encontraba en el campus pensando en su padre mientras hurgaba en sus papeles en busca del pensum universitario. Fue entonces cuando lo vio. Vestía un sencillo jean y una camiseta muy bonita. Tenía el semblante preocupado y miraba fijamente hacía al frente como si estuviera observándolo a él, aunque en realidad veía hacia el horizonte y pensaba en la materia que llevaría a reparación “Por culpa del profesor”. Luego sonrió un poco y su semblante cambió.
Se llamaba Arturo. Llegó a la universidad esa mañana un poco abrumado por la noticia de que iba a reparación; pero a la vez se sentía feliz porque una vez pasado ese trago amargo “del cual saldría airoso”, pensaba para sí, podría dedicarse a disfrutar plenamente sus vacaciones. Se imaginaba ya en la playa, tal vez en algún lugar paradisiaco donde lo abordaría un chico; no tan guapo, ya que él no podía pedir tanto, pero si al menos tierno, de esos “que parecen el hermano perdido de vecina linda”, decía para si mismo y sonreía.
Mientras se encontraba divertido con su fantasía playera notó que alguien lo miraba. Continúo sin alterar su semblante y trató de ver a su acosador con el rabillo del ojo. Era un muchacho robusto, pero no gordo, con un aspecto extraño que pasaba desde gracioso a ligeramente guapo, pensó.
Desde aquel día Jonás no pudo sacarse a Arturo de la cabeza. Desconocía su nombre, ni siquiera había notado que él estudiaba en la universidad. Su obsesión le preocupaba, ya que nunca antes se había sentido tan desasosegado en las noches, y menos por un hombre. Recordó como una vez su padre le dijo que el día que se enamorase y consiguiese una buena mujer para casarse y formar una familia, lo sabría desde el primer instante “¿Acaso estoy enamorado yo de ese muchacho?”, se repetía incansablemente hasta que el sueño le vencía por completo.
Arturo por su parte ni siquiera era capaz de recordar ese incidente, porque se encontraba preocupadísimo tratando de hallar a alguien que le ayudase a reparar su computadora gobernada por la ley de Murphy, ya que se dañaba en los momentos más dramáticos, y cuando sus servicios eran requeridos con urgencia. Cansado del mismo técnico, que al parecer nunca lograba resolver el problema, le pidió ayuda a un amigo de la universidad.
—Yo conozco a alguien —le decía el amigo mientras tomaban refresco en el cafetín—, es de aquí mismo de la universidad. Es mas ahí esta —movió su cabeza hacia adelante, y luego silbó— ¡Epa Jonás!¡Come here to paca!
Fue así como se conocieron. Esa noche Jonás, Arturo y su amigo fueron a la casa del segundo a ver la computadora, que era un desastre total.
—Aquí hay virus que aún no se han descubierto en el resto del mundo —bromeo Jonás, y luego soltó una sonora carcajada.
Y Arturo rió. No por que el chiste le hubiese parecido especialmente gracioso, sino por que la risa de él le provocaba un sentimiento extraño. Era una combinación perfecta entre el sonido y la disposición de sus dientes. “No tan perfectos, pero que le lucen a él”, pensaba para sí. Desesperado por volver a verlo reír, habló con su madre y con su consentimiento los invito a todos a cenar. Durante la comida en su cuarto, Arturo tuvo la oportunidad de conocerle más, y para cuando la cena había terminado se encontraba completamente fascinado.
Luego que Arturo llevó los platos a la cocina y regresó de nuevo a la habitación, su amigo se retiró diciendo que le habían llamado de emergencia, y tenía que irse. “No te preocupes, no es nada grave, pero tengo que irme”, le explicó, y luego se marchó. Jonás y él tuvieron la oportunidad de charlar un poco más, y cuando ya no había más nada que decir, cuando ya se encontraban en el umbral de la puerta, listos para despedirse, guardaron silencio por varios segundos. Era tarde, y lo único que rompía el silencio era un perro que ladraba en la lejanía. Entonces Arturo extendió la mano, y cuando Jonás tomo la suya, el primero decidió hacer el típico gesto para dar un abrazo entre hombres. “Gracias por ayudarme con la computadora”, le dijo al tiempo que le hacía sonar la espalda.
Para Jonás ese abrazo significo el comienzo de algo que apenas podía entender, pero que por ningún motivo podía dejar. Desde ese día no se separó de Arturo y no desperdiciaba la oportunidad de abrazarle por cualquier motivo. Su saludo matutino era un abrazo entre amigos, y cuando no se sentía tan expuesto o no estaba delante de tantas personas, siempre colocaba su brazo derecho sobre los hombros de Arturo. El día en que los abrazos dejaron de sonar, no le molesto en lo absoluto, y le pareció que el que cariño que transmitía a través de los mismos era mayor. Una noche se quedaron abrazados en el umbral de la puerta de la casa de Arturo por más de un minuto, y con dificultad se despidieron hasta el día siguiente.
Luego de ese último abrazo esa noche, Arturo sufría. Nunca había tenido una relación, donde el contacto más significativo fuese ese simple gesto “que se le da a cualquier persona”, pensaba para sí. A su vez recordó que a pesar de todas las relaciones que había tenido antes, nunca se sintió tan bien. A pesar de ello, sufría. No sabía a donde iba a parar aquello. Hasta donde podía ver, Jonás no tenía novia ya que pasaba casi todo el día con él, y básicamente lo único que no compartían era una cama. Se torturaba pensando que tal vez era un hombre confundido, que en algún momento le abandonaría avergonzado y sin dejar rastro, idea que le hacía llorar por las noches. Fue en ese momento cuando decidió tomar cartas en el asunto.
Al día siguiente en la noche, le abordo.
—Yo necesito que definamos que esta pasando entre nosotros —le dijo simplemente.
Jonás estaba consternado. Sabía que el momento en que Arturo le pediría algo más estaba cerca, ya que según había escuchado en los pasillos de la universidad, él ya había estado con otros hombres antes. Sentía miedo, no quería perderle, pero a su vez quería mantener las cosas como estaban.
—Somos amigos —respondió Jonás, tratando de fingir serenidad—, no sé a que te refieres con eso.
—Claro que lo sabes —le replicó Arturo, con ligera agresividad—, es tan sencillo como que tú y yo estamos enamorados. Punto.
Fue como si una bomba cayese entre ellos, detonara y no dejara a nadie con vida. Se quedaron sin habla por varios minutos viéndose fijamente. Arturo mantenía una mirada decisiva, como indicando que eso continuaba o terminaba ese mismo día y en ese lugar. Jonás estaba aterrado, ya que mucho antes él ya había tomado una decisión.
—No puedo negarlo —respondió Jonás—, sonará estúpido pero yo siento algo por ti desde la primera vez que te vi en ese pasillo de la universidad.
Entonces Arturo recordó la primera vez que se vieron. No fue en el grasiento cafetín de la universidad. Fue aquel día cuando pudo sentir como alguien le acosaba. Se sintió enternecido sólo con la idea de pensar que alguien se había enamorado de él nada más con verle una vez, y entonces comenzó a llorar en silencio.
—Es más —continuaba Jonás—, no me importa si piensas que soy cursi, pero creo que desde ese día te amé. 
—Es hermoso todo lo que me dices —le interrumpió Arturo.
—Déjame terminar —le insto Jonás—, a pesar de eso, esto es lo único que yo puedo ofrecerte. Una amistad. No quisiera que nos separáramos jamás, ya que difícilmente encontraré alguien que tenga todo lo que yo estoy buscando. Pero si quieres besos, caricias y algo más de lo que ya tenemos, estas en el lugar equivocado.
—¿Pero por qué? Por qué tienes miedo en llegar más allá conmigo, no entiendo —el llanto de Arturo se hacía más notorio.
—Yo soy evangélico.
Arturo sintió como si le arrancasen el estomago de una sola vez. El mundo le daba vueltas, y las lágrimas de dolor se convirtieron también en lágrimas de rabia.
—No veo que eso sea un impedimento —le replico Arturo, en tono suplicante.
—Para mí si lo es. Yo nací en el seno de una familia evangélica. Yo amo mucho a mi familia, y ellos jamás consentirían esto, va en contra de todo lo que ellos creen, y lo que yo mismo pienso. El amor entre personas del mismo sexo no existe para nosotros.
—Lo importante es que tú sabes que existe ¿Que importa lo que piensen los demás?
—Para mí sí importa. Jamás podré besarte ni complacerte en la forma que tú esperas sin pensar que estoy traicionando a mi familia, a mi Dios, y todo aquello que he creído durante toda mi vida. De manera que esto es lo único que tengo para darte a ti.
Arturo siguió sollozando pero al escuchar esas últimas palabras se detuvo. Se limpio el rostro con las manos, y miro nuevamente hacia el horizonte, como tratando de fantasear con algo, pero la imagen nunca llegó. Se acercó a Jonás y le dio un último abrazo, se volvió y cerró la puerta tras de sí. “Fuimos separados al nacer por nuestra religión, y ya no somos iguales, él es un cobarde”, pensó.
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El príncipe y su laberinto


Cuando desperté me encontraba en el centro de una estancia inconcebible llena de pasillos y recovecos que parecían no tener fin. Tenía frío y sentía mi cuerpo agarrotado. Lo último que podía recordar fue una noche en la que mi madre Pasifae le pidió a Dédalo que evitara que las “personas malas” acabaran con mi vida.
Y claro que todas las personas eran malas, todos me tenían envidia. Sentían celos de no ser iguales a mí; yo era el hijo de una diosa, y aunque nunca pude reconocer en mi madre algún rasgo mío, el amor que yo sentía por ella era igual o mayor al que ella profesaba por mi.

Cuando pude aclarar mis pensamientos, me di cuenta que estaba en un laberinto. Había puertas de diversos tamaños, y pasillos sin tornos que al parecer se perdían en un mar de oscura soledad e incertidumbre. Por lo que pude percibir, yo me encontraba en el centro del lugar. Decidí que lo más lógico era aventurarme a conocer mi prisión, y tratar de averiguar si había alguna forma de escapar. Caminé hacia la puerta más cercana a mí y la abrí. Vi una luz enceguecedora y de repente se extendía frente a mí una enorme pradera con flores silvestres, pasto e insectos revoloteando de un lado al otro. Desee que mi madre estuviese junto a mí para ver ese paisaje maravilloso y poder oler las flores juntos. Caminé un rato por la pradera, a pesar que a medida que avanzaba podía ver más flores, árboles e incluso el paisaje se hacía más hermoso, al volverme siempre veía la absurda puerta, como si estuviese pintada en medio de aquel lugar maravilloso. Aunque camine más de una hora, no me tomó más de unos minutos llegar nuevamente a la puerta. La abrí y me encontré de nuevo en el laberinto.
Decidí abrir la siguiente puerta. Se extendió por la estancia, una densa bruma que luego dibujo ante mí un paisaje árido y sin vida. Hacía la lejanía observé volcanes el plena erupción. La tierra del suelo era grisácea y llena de resequedad y cráteres. Olía a algo que parecía ser azufre. Deseé que mis enemigos estuviesen atrapados aquí y murieran de hambre y sed.

No podía recordar mucho de mi vida pasada, pero si algo tenía arraigado en mi corazón eran aquellos hombres malvados que desde siempre buscaron la manera de poner fin a mi vida. Me llamaban salvaje, fiera maldita, entre otras tantas cosas. Me tenían envidia, por que yo era el hijo de una diosa, y mi padre, pese a no llevar sangre noble, como una vez me confeso mi madre, era magnifico. “No podías pasar más de un minuto seguido sin mirarle”, me había dicho una vez mi madre. No tenía sentido que recorriese aquel lugar hostil por lo que regrese a la puerta, para volver al laberinto.

Cuando regresé, escuché pasos que se aproximaban. Venían de uno de los pasillos carentes de puertas. Podía sentir el olor de aquello que se acercaba. Por alguna razón recordé que no había comido nada durante todas esas horas que estuve recorriendo el laberinto. Escuché el tintineo de una espada rozando un escudo. Me preparé para la lucha, hasta que finalmente vi a mi contrincante. Se trababa de un hombre vestido con ropas sencillas, armado con un pobre escudo y una espada que me atrevería a afirmar tal vez carecía de filo. Reí para mis adentros, mientras mi hambre aumentaba cada vez más. De repente volví a ver esa bruma negra ¿Había dejado yo la puerta abierta?

Cuando desperté reposaban junto a mí algunas cosas de aquel hombrecillo. Su espada y su escudo. Supuse que había escapado al ver mi magnificencia, por lo que no le di importancia al asunto y decidí seguir recorriendo el laberinto cuanto antes.

Así pasaron muchos años. Las puertas parecían no tener fin, y a veces, resignado tal vez a mi confinamiento, pasaba mis días en aquella pradera, añorando a mi madre, o en la playa, viendo el mar azul y deseando todo eso que no podemos tener, aquello que esta más lejos de ese horizonte azul infinito. Algunas veces por curiosidad revisaba la puerta donde estaba aquel paisaje gris, nebuloso y triste, sólo para imaginarme a todos mis enemigos envidiosos muriendo de calor y hambre ahí, aunque al parecer una de las cualidades del laberinto era que uno nunca podía morir de inanición, por lo que te veías obligado a vagar por el mismo hasta el fin de tus días.

Pasados ya muchos años, percibí un olor diferente proveniente de unos de los pasillos. Ya nunca me preparaba para batallar, y tal vez había olvidado yo el fino arte del combate, ya que durante todo ese tiempo, esos hombres que al parecer venían en mi búsqueda huían despavoridos dejando siempre sus armas o incluso calzados. Sin embargo, la persona que se acercaba no despedía el mismo olor que los anteriores, por lo que aguarde ansioso. Finalmente se mostró. Era alto y de aspecto valeroso. Portaba una espada magnifica, como nunca había visto en todos estos años penosos, y un escudo tan hermoso y reluciente que parecía un espejo. El hombre se acercaba sigiloso, mientras lo hacía también la densa bruma, que por alguna razón siempre acompañaba a mis visitantes, y comenzaba a creer, era lo que me hacía perder el sentido. Al tiempo que esto transcurría algo llamo mi atención: El hombre llevaba atado a uno de sus muslos un carrete de hilo, de aspecto frágil y a la vez excepcional por lo brillante.

—Dime extraño ¿Por qué llevas un rollo de hilo atado a tu pierna? —le pregunté.

El hombre retrocedió un poco, y su vez la bruma parecía alejarse lentamente. Por la forma que me miraba, parecía sorprendido de que yo pudiese hablar.

—Es algo que me ha dado mi prometida, para evitar que me pierda cuando intente salir del laberinto.

—Si llegaste hasta aquí, y luego pretendes salir es por que has venido a algo ¡Dímelo! —le grité.
—He venido a acabar contigo. Me han dicho que sólo podré casarme con mi prometida con la condición de que acabe con tu vida y regrese con prueba de ello.

— ¿Y por que una criatura insulsa como tú sería obligada a matarme a mí, que soy un príncipe, hijo de la diosa Pasifae?

—El Rey tiene interés en matarte ya que tú has cometido muchos asesinatos, sin contar aquellos con los que has acabado durante tú estancia es esta prisión.

¿Qué yo había matado a alguien? La bruma parecía de nuevo envolver al hombre y acercarse hacia mí lentamente.

—Tu madre Pasifae me ha dicho antes de desaparecer que tú no eras consiente de todos tus actos. Que te alimentabas de carne humana debido a tú naturaleza, y que cuando estabas frente al olor de aquello que creías tu alimento, perdías toda habilidad de razonar y se revelaba en ti la naturaleza animal —después de decir aquello, el hombre levantó su escudo y lo colocó en ángulo directo hacia mí.

El reflejo me devolvió la imagen que recordaba de mí. Las mismas piernas musculosas, el torso bien formado, mis brazos poderosos, el pelaje de mi rostro estaba intacto a pesar de los años, y mis cuernos seguían tan filosos como la ultima vez que podía recordarlo.


—Yo no tengo ninguna naturaleza animal —le repliqué—, al contrario, son ustedes, los que no se parecen a mi, quienes son los verdaderos animales. Se matan entre ustedes mismos, montan guerras sin razón, son capaces de matar cuando les roban aquello que creen es suyo, como las mujeres, que en fondo nunca les han pertenecido.

—Tú eres un hombre con cabeza de toro, y salvo eso, tú naturaleza monstruosa es idéntica a la mía. Pierdes el sentido ante los hombres y los devoras a placer cuando tienes apetito, por lo que eres capaz de matar. Al igual que yo eres capaz de sentir amor, porque percibí tú estremecimiento cuando nombre a tu madre, Pasifae. En lo que a mi respecta, no eres mejor ni peor que cualquier hombre, sólo eres una versión más espeluznante de nosotros mismos.

Aquellas palabras me hirieron profundamente. Yo creía que mi aspecto me daba la condición de ser único, y me percibía superior a los demás, me creía diferente. Pero ahora este hombre con sus simples palabras me hizo entender que sólo era un monstruo que devoraba hombres, por lo que no era simplemente igual; era una aberración espeluznante que no merecía seguir viviendo. Entendí que por ello nunca me esforcé realmente en buscar la salida de ese laberinto y me consolaba en añorar aquello que amaba o alimentar el odio que sentía por mis enemigos. Secretamente anhelaba que alguien viniera y acabara con días penosos pero mi monstruosidad impedía aquello. Entonces contuve la respiración, me arrodille con la frente hacia el suelo, y le hice señas al hombre de que se acercase. Lo último que escuche fue el rechinar metálico de la espada.

-0- 

En días pasados, una de las asignaciones del taller que estoy realizando (les contare pronto), estaba referida a realizar una historia sobre algún personaje imaginario; esto con el fin de estimular nuestra imaginación y tratar de desarrollar la capacidad de “salirnos de lo cotidiano” a la hora de escribir. Luego de un sorteo, ya que el personaje es impuesto por el tutor, me salio el Minotauro. En mi confusión matutina, consistente en abordar autobús antes de las ocho de la mañana –y levantarme a una hora indecente para conseguirlo-, mas almuerzo apuradito en Chacaito y subir como 10 cuadras a pie hasta la casa de Arturo Uslar Pietri (donde se dicta el taller), yo juraba que el personaje en cuestión era el mismo Motaro que sale en Mortal Kombat 3. Pues no. Me di a la tarea de investigar un poco, y bueno la historia es tan conocida que es casi un cliché. Decidí que lo más conveniente para darle un poco de originalidad a la misma era desarrollar el momento de la interacción entre los personajes. Ya leyeron los resultados ;). COMENTEN!

El pro-LETRA-riaDO

No es fácil darse cuenta de lo que te gusta hacer, y decidir que llego la hora de cambiar de camino, cuando ya tienes 25 años, estudiaste otra profesión, de alguna manera odias la gente con la que trabajas y de paso te encuentras desorientado sobre como comenzar ese nuevo camino.

Cierto es, que desde siempre yo he escrito, pero si mi historia aún no te parece lo suficientemente repetida, te diré esto: Mis padres no me apoyaban. Aún hoy en día, cuando le asomo (mas por equivocación que otra cosa) a mi madre mis nuevas pretensiones, se le hace casi imposible disimular una sonrisa. Mi madre es hermosa y yo la adoro. Mi madre es abnegada y bondadosa. Pero si se habla de mí como un escritor, no puede evitar reírse. Ya he aprendido a vivir con ello. Mi padre merece un capitulo para él solo, mejor continuemos.

Yo supongo que todo se debe a un episodio que sucedió hace muchos años. Nunca fui de los niños que tuvo muchos juguetes, pero aún así, rara vez usaba los que poseía. En vez de eso, hacía muñecos y muñecas de papel, y me ahogaba en profusas fantasías que mezclaban los mas absurdos universos, tipo “Súper Mario conoce a los transformers”. Cuando la invención de esas historias llego a su limite, fue el momento en el que decidí que sería buena idea armarme un guión (naturalmente no pensaba yo usando esa terminología a los 8 años), pero sucedió algo extraño cuando estuve frente al papel. La historia que se escribió ahí no era sobre la princesa siendo rescatada por un transformers. No. era la historia de un muchacho miedoso, que le temía a muchos de sus compañeros de clases, y que entre otras cosas, no soportaba a su padrastro. Aún recuerdo el orgullo que sentía de aquel primer escrito (¡Que no daría yo por encontrar esa hoja, probablemente perdida entre tantas mudanzas!) y lo llevaba conmigo a todas partes, hasta que un día, accidentalmente lo deje abandonado en el vehiculo camino a la escuela.

Esa noche, cuando mi madre hubo llegado del trabajo me increpo con toda clase se preguntas. Naturalmente ahora se yo, que mi madre es y siempre ha sido dramática, y que yo, aunque no soy mentiroso, siento una especial afición por ocultar mis sentimientos. De manera que, luego de ser interrogado sobre si era molestado en la nueva escuela, sobre el hecho de que escribí ahí textualmente que “Nadie me quería” (Era yo una especie de origen de los EMOS en aquella época), llego la pregunta más difícil de todas, la cual no recuerdo exactamente pero iba mas o menos así: “¿Carlos te ha maltratado en algún momento?”. No podía saber yo en esa época, que decirle cosas feas a un niño era considerado también un maltrato en la mayoría de los países, y en mi confusión de estar pendiente de “comportarme como un hombrecito” (tema que será tratado más adelante) simplemente respondí que no. Mi madre me dijo que si alguna vez yo me sentía maltratado, debía decirlo, y que ella se lo había dicho a Carlos: “Ningún hombre esta por delante de mis hijos” (Eso si lo recuerdo, ya que me lo repitió muchas veces durante mi crecimiento).

Todo este episodio desencadeno dos conductas: La primera fue que mi madre no me quitaba el ojo de encima, y la segunda es que verdaderamente llegue a pensar yo, que escribir lo que uno piensa es malo.

Un incidente similar ocurrió cuando estaba yo en 8vo grado y mi mamá dio con un diario que tenía, donde afortunadamente no anotaba yo sobre los chicos que me gustaban de la escuela (ah, para los que no lo sepan, soy gay), sino que se trataba mas bien de un registro con pormenores de lo que pensaba de gente. De manera que todo esto me hizo olvidarme de escribir, perdí yo definitivamente el habito, y en compensación solo desarrolle la habilidad de fijarme en los mas insulsos detalles para no olvidar nada de lo que me interesaba recordar (“habilidad” que algún día explicare, pero quienes me conocen saben de que hablo), y poder, llegado el momento, usar toda esa experiencia no escrita en el camino.

Fue así como luego decidí vivir con mi padre, volver con mi madre, volver a vivir con mi padre y estudiar Contaduría Pública, cosa que me apasionaba en teoría pero que en realidad es un poco deprimente. Tuve dos grandes rompimientos, y bueno a los que le interesa mi vida personal pueden visitar mi otro blog.

Todo eso se ha acabado, por que lo he decidido yo. He pensado que la mejor forma de empezar mi camino, es simplemente tomando la decisión. No tengo amigos en los medios, buena estrella para relacionarme, ni siquiera tengo un conocimiento decente sobre periodismo, letras o afines. Pero si tengo el deseo de aprender, ganas de liberarme de mi otra profesión, que me aprisiona, no me deja ser feliz y no me deja desatar todo eso que llevo dentro (dramático, pero se trata de estar inspirado ¿No?).

Después de todo ese preámbulo que se salio de control, y término en algo teatral, como mi madre y mí primer escrito, les diré lo que encontraran aquí:

-Pequeñas historias de mi autoría que he escrito, perdido y vuelto a recuperar a lo largo de todos estos años. (Mi madre ya no me roba mis historias, pero las computadoras se dañan).

-Historias personales relacionadas a personas que he conocido y que me están ayudando a cumplir todo esto (espero algún día poder contar aquí como conocí al agente literario que me ayudará a publicar mi hipotética primera novela).

-Opiniones, anécdotas y lo que se me ocurra en el momento.

En la próxima les contare de un maravilloso taller de escritura que comencé hace algunas semanas.
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