(Previamente)
Prólogo
(Fin del previamente)
Jamás pensé que me encontraría con aquello al tratar de entrar al
salón de fiesta.
Una chica elegantemente vestida junto con un corpulento señor nos
preguntó nuestros nombres al entrar.
—Daniel Rodríguez y acompañante —dijo Daniel.
—Entiendo, ustedes son prensa. Es obligatorio que usen estos
prendedores durante toda la fiesta —nos entrego un pequeño botón dorado, y se
quedo viéndonos con cara de circunstancia como para hacer tiempo mientras se
aseguraba que nos lo colocábamos—. Al entrar al salón por favor circulen a la
izquierda, el área de la derecha esta dispuesta para tomarle fotos al resto de
los invitados. Espero que disfruten —finalizó con una sonrisa, y nos dejó
pasar.
Mientras cruzábamos el umbral, Daniel me dijo:
—Estúpida.
No pude evitar reírme. Jamás había estado en una posición donde un
empleado puede hacer sentirte tan gris con respecto a tu lugar en la sociedad.
Supongo que hay una primera vez para todo.
Al cruzar el umbral, un desconocido nos hizo detenernos y nos tomo
una foto. Llevaba un botón verde en su saco.
Finalmente y luego de pasar todos eso decorados llegamos al área
principal del salón. El decorado del lugar era francamente sorprendente.
Seguramente se trataba del salón de fiesta más grande del hotel. Hacia el fondo
había una enorme fuente de lo que parecía ser champaña (no creo que luego de
todo aquello de la puerta el Sr. Cappa se atreviese a darle vino champañizado a
sus invitados), habían mesas con múltiples dulces, comida, un buffet. Creo que
hasta mi padre y mi madre verían con mala cara tanto derroche. Miré de reojo a
Daniel quien parecía aún mas sorprendido que yo.
—Yo sé que el viejo este tiene plata pero ¡wao! Esto es demasiado.
Creo que empezaré a comer y tomar ya mismo.
Nos dirigimos al área dispuesta como bar junto a la fuente, que
vista de cerca era aún mas enorme de lo que imaginé ¿De qué era capaz esta
gente para demostrar opulencia?. Ahí nos encontramos con muchas personas
conocidas con botones dorados lo cual nos hizo caer en cuenta que era la
identificación de los periodistas.
—¿Qué tiene de tomar señor? —preguntó Daniel a uno de que atendía
el bar.
—Dígame usted que desea —replicó el sujeto, con algo de malas
pulgas.
—Un ruso blanco —replicó Daniel. Sonreí un poco.
—¿Y para el señor? —preguntó el sujeto observándome.
—Perfect Martini —respondí.
Miré a Daniel por unos segundos y le pregunté por qué había pedido
un ruso blanco.
—Es que pensé que sería la típica fiesta donde solo hay que si dos
tipos de vino, sangría y whisky, pero me dio rabia como el sujeto me miro y le
pedí lo más difícil que se me ocurrió.
No pude evitar reírme a carcajadas.
—La verdad es que ayer vi por T.V. la película “The Big Lebowski” y fue lo único que se me
ocurrió.
—La verdad es muy dulce —le
expliqué—, es como para después de comer.
—¿Y ahora tu sabes de cocteles?
—me espetó.
Quería golpearlo, pero supongo
que Daniel es de ese tipo de personas que siempre están intentando demostrar lo
que no son.
—Solo decía —respondí
simplemente.
A partir de ahí dejé de
prestarle atención mientras se dedicaba a comer y emborracharse. Mi único
objetivo era buscar a Marcos desesperadamente. Comencé a caminar por la fiesta.
Vi algunos viejos conocidos de mi papá, pero como todo el mundo parecía
distraído por la decoración, la comida o la bebida, la mayoría no me reconoció.
Parecía como un ventilador andante cuando de pronto, escucho una voz.
—¿Buscas a alguien?
Me sentí algo nervioso y me volví
para mirarle, pero no era Marcos. Se trataba de Armando.
—En realidad no —mentí.
—Siento que te visto en algún
lado —dijo.
Es difícil tratar de explicar la
sensación que produce Armando. Por un lado, a los que estamos familiarizados
por su “personaje” en prensa, nos lo imaginamos como un niño rico de papá,
caprichoso y sabe Dios que más, pero ahora lo veo hablándome, a mí, con mi
absurdo botón dorado y comienzo a tener dudas.
—Tal vez. Trabajo en un
periódico.
—Eso lo sé —respondió mientras con
su mirada indicaba que ya había visto el botón—, pero no es del periódico que
te conozco. Te me haces familiar. En fin. Mi nombre es Armando
—Lo sé. Digo… —me volví un ocho,
hasta que finalmente le dije mi nombre.
Armando se veía impresionante.
Vestía un traje impecablemente cortado, con unas solapas de un suave color
marrón con una especie de sub tono dorado. Tanto la pajarita como el pañuelo
combinaban con las solapas, aunque este último no estaba perfectamente doblado.
Sin duda había planificado cada detalle de ese atuendo. De repente sentí que
vestía Dorsay en una habitación llena de Tom Ford.
—No me has dicho a quien estabas
buscando, tal vez yo pueda ayudarte —y sonrió.
Me sentí inmediatamente atraído
por él ¿Podía alguien tan adinerado ser tan genial? Su aparente fragilidad, su
cutis perfecto. Todo en él eran detalles.
—En realidad estoy buscando a
una especie de compañero de trabajo, pero la verdad es que estoy aburrido, no
conozco a nadie aquí.
—En ese caso acompañame —dijo
Armando—, te presentaré a mis amigos.
No lo podía creer ¿A qué se
refería Daniel con lo malo de Armando?
Nos acercamos a una mesa
convenientemente ubicada, lejos del bar, de la música, y de casi todo el mundo,
pero que curiosamente tenia cerca mesas auxiliares con comida y ¡sorpresa! Otro
pequeño bar, donde aproveche para pedir otro Perfect Martini.
—Tu si que sabes escoger trago,
aunque nosotros estamos tomando Whisky —me susurro Armando.
Finalmente cuando estábamos al
pie de la mesa exclamo:
—¡Muchachos! Este es mi nuevo
amigo.
Me sentí observado de muchas
formas distintas. Con suficiencia, con malicia, con curiosidad y también con
mucho desinterés, fingido o real.
Fue como volver a mi vida pasada
en cinco segundos. Todos los estereotipos de los que había estado huyendo
estaban en esa mesa.
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