Él sol matutino era el mismo de siempre. La ligera brisa que entraba por la ventana traía consigo el monótono aroma de todos los días. El desayuno sabía igual. Por alguna razón la vida de Jonás transcurría sin sobresaltos día tras día. Ni siquiera cuando se inscribió en la universidad, actividad que en un principio pensó le añadiría un carácter más interesante a su existencia, la cosa cambio.
Se encontraba en el campus pensando en su padre mientras hurgaba en sus papeles en busca del pensum universitario. Fue entonces cuando lo vio. Vestía un sencillo jean y una camiseta muy bonita. Tenía el semblante preocupado y miraba fijamente hacía al frente como si estuviera observándolo a él, aunque en realidad veía hacia el horizonte y pensaba en la materia que llevaría a reparación “Por culpa del profesor”. Luego sonrió un poco y su semblante cambió.
Se llamaba Arturo. Llegó a la universidad esa mañana un poco abrumado por la noticia de que iba a reparación; pero a la vez se sentía feliz porque una vez pasado ese trago amargo “del cual saldría airoso”, pensaba para sí, podría dedicarse a disfrutar plenamente sus vacaciones. Se imaginaba ya en la playa, tal vez en algún lugar paradisiaco donde lo abordaría un chico; no tan guapo, ya que él no podía pedir tanto, pero si al menos tierno, de esos “que parecen el hermano perdido de vecina linda”, decía para si mismo y sonreía.
Mientras se encontraba divertido con su fantasía playera notó que alguien lo miraba. Continúo sin alterar su semblante y trató de ver a su acosador con el rabillo del ojo. Era un muchacho robusto, pero no gordo, con un aspecto extraño que pasaba desde gracioso a “ligeramente guapo”, pensó.
Desde aquel día Jonás no pudo sacarse a Arturo de la cabeza. Desconocía su nombre, ni siquiera había notado que él estudiaba en la universidad. Su obsesión le preocupaba, ya que nunca antes se había sentido tan desasosegado en las noches, y menos por un hombre. Recordó como una vez su padre le dijo que el día que se enamorase y consiguiese una buena mujer para casarse y formar una familia, lo sabría desde el primer instante “¿Acaso estoy enamorado yo de ese muchacho?”, se repetía incansablemente hasta que el sueño le vencía por completo.
Arturo por su parte ni siquiera era capaz de recordar ese incidente, porque se encontraba preocupadísimo tratando de hallar a alguien que le ayudase a reparar su computadora gobernada por la ley de Murphy, ya que se dañaba en los momentos más dramáticos, y cuando sus servicios eran requeridos con urgencia. Cansado del mismo técnico, que al parecer nunca lograba resolver el problema, le pidió ayuda a un amigo de la universidad.
—Yo conozco a alguien —le decía el amigo mientras tomaban refresco en el cafetín—, es de aquí mismo de la universidad. Es mas ahí esta —movió su cabeza hacia adelante, y luego silbó— ¡Epa Jonás!¡Come here to paca!
Fue así como se conocieron. Esa noche Jonás, Arturo y su amigo fueron a la casa del segundo a ver la computadora, que era un desastre total.
—Aquí hay virus que aún no se han descubierto en el resto del mundo —bromeo Jonás, y luego soltó una sonora carcajada.
Y Arturo rió. No por que el chiste le hubiese parecido especialmente gracioso, sino por que la risa de él le provocaba un sentimiento extraño. Era una combinación perfecta entre el sonido y la disposición de sus dientes. “No tan perfectos, pero que le lucen a él”, pensaba para sí. Desesperado por volver a verlo reír, habló con su madre y con su consentimiento los invito a todos a cenar. Durante la comida en su cuarto, Arturo tuvo la oportunidad de conocerle más, y para cuando la cena había terminado se encontraba completamente fascinado.
Luego que Arturo llevó los platos a la cocina y regresó de nuevo a la habitación, su amigo se retiró diciendo que le habían llamado de emergencia, y tenía que irse. “No te preocupes, no es nada grave, pero tengo que irme”, le explicó, y luego se marchó. Jonás y él tuvieron la oportunidad de charlar un poco más, y cuando ya no había más nada que decir, cuando ya se encontraban en el umbral de la puerta, listos para despedirse, guardaron silencio por varios segundos. Era tarde, y lo único que rompía el silencio era un perro que ladraba en la lejanía. Entonces Arturo extendió la mano, y cuando Jonás tomo la suya, el primero decidió hacer el típico gesto para dar un abrazo entre hombres. “Gracias por ayudarme con la computadora”, le dijo al tiempo que le hacía sonar la espalda.
Para Jonás ese abrazo significo el comienzo de algo que apenas podía entender, pero que por ningún motivo podía dejar. Desde ese día no se separó de Arturo y no desperdiciaba la oportunidad de abrazarle por cualquier motivo. Su saludo matutino era un abrazo entre amigos, y cuando no se sentía tan expuesto o no estaba delante de tantas personas, siempre colocaba su brazo derecho sobre los hombros de Arturo. El día en que los abrazos dejaron de sonar, no le molesto en lo absoluto, y le pareció que el que cariño que transmitía a través de los mismos era mayor. Una noche se quedaron abrazados en el umbral de la puerta de la casa de Arturo por más de un minuto, y con dificultad se despidieron hasta el día siguiente.
Luego de ese último abrazo esa noche, Arturo sufría. Nunca había tenido una relación, donde el contacto más significativo fuese ese simple gesto “que se le da a cualquier persona”, pensaba para sí. A su vez recordó que a pesar de todas las relaciones que había tenido antes, nunca se sintió tan bien. A pesar de ello, sufría. No sabía a donde iba a parar aquello. Hasta donde podía ver, Jonás no tenía novia ya que pasaba casi todo el día con él, y básicamente lo único que no compartían era una cama. Se torturaba pensando que tal vez era un hombre confundido, que en algún momento le abandonaría avergonzado y sin dejar rastro, idea que le hacía llorar por las noches. Fue en ese momento cuando decidió tomar cartas en el asunto.
Al día siguiente en la noche, le abordo.
—Yo necesito que definamos que esta pasando entre nosotros —le dijo simplemente.
Jonás estaba consternado. Sabía que el momento en que Arturo le pediría algo más estaba cerca, ya que según había escuchado en los pasillos de la universidad, él ya había estado con otros hombres antes. Sentía miedo, no quería perderle, pero a su vez quería mantener las cosas como estaban.
—Somos amigos —respondió Jonás, tratando de fingir serenidad—, no sé a que te refieres con eso.
—Claro que lo sabes —le replicó Arturo, con ligera agresividad—, es tan sencillo como que tú y yo estamos enamorados. Punto.
Fue como si una bomba cayese entre ellos, detonara y no dejara a nadie con vida. Se quedaron sin habla por varios minutos viéndose fijamente. Arturo mantenía una mirada decisiva, como indicando que eso continuaba o terminaba ese mismo día y en ese lugar. Jonás estaba aterrado, ya que mucho antes él ya había tomado una decisión.
—No puedo negarlo —respondió Jonás—, sonará estúpido pero yo siento algo por ti desde la primera vez que te vi en ese pasillo de la universidad.
Entonces Arturo recordó la primera vez que se vieron. No fue en el grasiento cafetín de la universidad. Fue aquel día cuando pudo sentir como alguien le acosaba. Se sintió enternecido sólo con la idea de pensar que alguien se había enamorado de él nada más con verle una vez, y entonces comenzó a llorar en silencio.
—Es más —continuaba Jonás—, no me importa si piensas que soy cursi, pero creo que desde ese día te amé.
—Es hermoso todo lo que me dices —le interrumpió Arturo.
—Déjame terminar —le insto Jonás—, a pesar de eso, esto es lo único que yo puedo ofrecerte. Una amistad. No quisiera que nos separáramos jamás, ya que difícilmente encontraré alguien que tenga todo lo que yo estoy buscando. Pero si quieres besos, caricias y algo más de lo que ya tenemos, estas en el lugar equivocado.
—¿Pero por qué? Por qué tienes miedo en llegar más allá conmigo, no entiendo —el llanto de Arturo se hacía más notorio.
—Yo soy evangélico.
Arturo sintió como si le arrancasen el estomago de una sola vez. El mundo le daba vueltas, y las lágrimas de dolor se convirtieron también en lágrimas de rabia.
—No veo que eso sea un impedimento —le replico Arturo, en tono suplicante.
—Para mí si lo es. Yo nací en el seno de una familia evangélica. Yo amo mucho a mi familia, y ellos jamás consentirían esto, va en contra de todo lo que ellos creen, y lo que yo mismo pienso. El amor entre personas del mismo sexo no existe para nosotros.
—Lo importante es que tú sabes que existe ¿Que importa lo que piensen los demás?
—Para mí sí importa. Jamás podré besarte ni complacerte en la forma que tú esperas sin pensar que estoy traicionando a mi familia, a mi Dios, y todo aquello que he creído durante toda mi vida. De manera que esto es lo único que tengo para darte a ti.
Arturo siguió sollozando pero al escuchar esas últimas palabras se detuvo. Se limpio el rostro con las manos, y miro nuevamente hacia el horizonte, como tratando de fantasear con algo, pero la imagen nunca llegó. Se acercó a Jonás y le dio un último abrazo, se volvió y cerró la puerta tras de sí. “Fuimos separados al nacer por nuestra religión, y ya no somos iguales, él es un cobarde”, pensó.
2 comentarios:
La asignación en este parte del taller consistía en escribir una historia sobre amor, sin caer en clichés o abordándolos de manera diferente... :)
Fue demasiado fácil llevar esta historia a la vida real pues me late que conozco a los personajes en su versión Live Action xD
Pero me pareció que dió muchas vueltas cuando pude resumirse mas :)
Debo confesar que el final y el motivo por el cual Jonas no se atrevio si es cliché :/
Pero me divertí mucho leyéndola e imaginándome los lugares y los personajes :)
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