Prólogo
Estaba sentado
en el bar del hotel cuando de repente alguien me pregunta:
—¿Eso que estas
tomando tiene licor?
—Si —le
respondo—, es un Bellini, aunque no mucho, sabe a melocotón —le explico.
Aprovecho para
verle bien. Tiene una mirada interesante, y aunque viste una camisa mangalarga
que parece generarle cierta incomodidad, adivino unos buenos brazos.
—¿No vas a
pedir uno? Son gratis —añado con sorna, dado que estamos en un evento
publicitario.
—No tomo licor
—replicó y luego se quedo mirando al vacío.
De pronto me
siento incomodo, no sé que más decir, pero de nuevo es él quien rompe el
silencio.
—Trate de pedir
un refresco pero el tipo del bar se me quedo viendo raro y me dijo que no
había.
Era mi
oportunidad.
—Observa y
aprende —Le digo, y como estábamos viendo desde la barra hacia la fiesta, me
vuelvo y le digo al sujeto del bar—: Disculpa ¿Me puedes traer otro Bellini?
—Después acerco dos billetes junto a la copa vacía— Y… ¿Será que me puedes
conseguir un refresco?
—Seguro
—responde el sujeto del bar, y luego desaparece.
Después que el
tipo misterioso tomo el primer sorbo del refresco y estamos viendo nuevamente
hacia la fiesta sin decir una palabra, me susurra:
—Impresionante.
—¿Impresionante
qué?
—Nada, que
conseguiste el refresco con facilidad.
—Dime algo
¿Cómo es posible que alguien que no toma licor, y obviamente no disfruta
bailar, termina en una fiesta como esta? —le pregunto.
—Pues llevo
rato haciéndome la misma pregunta.
De repente algo
brillo en su rostro, sentí que un peso cayó desde mi garganta a mi estomago y
deje de escuchar el ruido de la fiesta. Carajo.